Pelayo, que conocía la zona piedra a piedra, al iniciarse la avanzada, hábilmente sabe atraer sobre sí al ejército árabe haciéndose perseguir hasta llevar a las tropas invasoras hacia el territorio que le era más favorable, las tierras cántabras de Covadonga, donde en un duro combate, Pelayo les ocasiona un serio quebranto y les corta la retirada desde los altos montes que escoltaban la angosta trampa que les había preparado.
El ejército musulmán no tiene más remedio que ascender a las alturas del monte Amuesa, en los Picos de Europa, para evitar el ataque cántabro que le viene de las alturas de las escarpadas laderas, y una vez hayan llegado a lo alto, emprender la retirada por lugares donde no puedan ser atacados por las huestes de Pelayo.
Cruzan el macizo montañoso y llegan a Cosgaya. Los cántabros esperan a que el terreno les sea favorable y cuando los árabes emprenden el descenso por Cosgaya para encaminarse río arriba camino de la meseta, aprovechan la ocasión e inician nuevamente el ataque y hostigamiento desde las alturas, obligándoles a retroceder hacia Los Llanos, donde muy cerca, al pie del monte Subiedes con motivo de un importante argayo (corrimiento de tierras) los invasores son exterminados por los hombres de Pelayo.
Pelayo, tras esta victoria es aclamado y reafirmado como caudillo; vuelve al mismo punto de su frontera con los astures, la ribera del Sella y establece definitivamente su campamento en el poblado cántabro de Canicas, Cangas.
Allí, le llega la noticia de la huída de Munuza y de su muerte, resultando con ello liberados los astures, pero Pelayo, señor de Liébana no tenía ningún deseo de ocupar la gobernación que había dejado el árabe ni tampoco adentrarse en territorio astur.
Pelayo, era solo un caudillo que había defendido exclusivamente su territorio de los invasores musulmanes como sus antepasados lo hicieron de los romanos y de los godos, pero no tenía deseos de conquista.
Aunque la historia ha calificado a Pelayo como primer rey de la Reconquista, la verdadera iniciativa fue tomada por su yerno, el Rey Alfonso I, también de raigambre cántabra, hijo del Duque Pedro de Cantabria y que estaba casado con su hija Ermesinda, quien heredó el trono al fallecer su hermano Favila atacado por un oso.
Ermesinda, hija de Pelayo, señora y heredera de la rectoría del territorio que amparaba la monarquía cántabra, estaba casada como decimos anteriormente, con Alfonso I hijo del duque Pedro de Cantabria el cual agregó al solar de Pelayo sus tierras patrimoniales del Ducado de Cantabria.
Con ellos se inicia una nueva monarquía hereditaria que llega hasta nuestros días, monarquía que es cántabra, cántabra de origen y cántabra por sus monarcas Pelayo y Alfonso I, hijos de los duques de Cantabria Favila y Pedro y consolidada en Cantabria hasta que Alfonso I abrió las fronteras y se hizo cargo del territorio astur, iniciando propiamente la Reconquista, pasando la sede de esta monarquía al territorio astur de Pravia mucho tiempo después con el sucesor Aurelio.
Pelayo siempre se mantuvo en su territorio cántabro y nunca ocupó el astur.
Sin embargo, la nobleza visigoda sí imperaba en el territorio astur y ocupó la gobernación del territorio de Munuza al morir este. Intentan el resurgimiento del visigodismo y la restauración de su monarquía, pero se vieron obligados a conceder importantes concesiones al pueblo autóctono y a renunciar a que los monarcas fueran de estirpe visigoda.
Los visigodos para los cántabros siempre fueron invasores y usurpadores y para poder pacificar el territorio hubieron de crear el Ducado de Cantabria.
La monarquía cántabra nacida en Cosgaya y afianzada en Cangas, toma una nueva dimensión con Alfonso I, al anexionar el territorio astur dominado por los visigodos cuya nobleza presiona insistentemente, y precisamente los hombres del Ducado de Cantabria que anexiona Alfonso I al territorio de Pelayo, se separan de éste y vuelve nuevamente el enfrentamiento con el visigodismo astur.
Para los cántabros el expansionismo y la anexión del territorio astur no era más que una ampliación del poderío de sus propios señores y las normas fueron aceptándolas muy lentamente porque provenían de los rectores cántabros.
Ya en tiempos de Alfonso I el anexionamiento va evolucionando y a la par, la escisión y el sentimiento de oposición toma cuerpo y también se afianza lo que en tiempo de Alfonso III se denominaría Reino de Asturias.
Los territorios del Ducado de Cantabria no lo aceptaron y poco a poco la oposición fue tomando cuerpo, provocando la disidencia total y buscando la autonomía que se logrará y afianzará con el nacimiento de un movimiento que partiendo de las tierras cántabras irá fijando con sus costumbres el nombre de Castilla por las tierras que se unen a la Reconquista y con ello, a la unidad de España.
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