Había nacido en 55 a. C en Tsou, pequeño estado feudal de Lu, en el sudeste de la actual provincia de Shantung (en el nordeste chino). Se afirma que descendía de la familia real de Shang, que constituyó la segunda dinastía china. Su padre había sido gobernador de Tsou a la edad de setenta años y se había distinguido en empresas militares.
Los primeros misioneros jesuitas derivaron la forma latinizante Confutius y Confucius hasta llegar al “Confucio” de hoy. El nombre proviene de Kun-FuTzu o Maestro Kung.
El sistema político de la época se basaba en el feudalismo sorprendentemente similar al de occidente medieval. Los señores feudales se negaban a obedecer al poder central que se volvió cada vez más débil. En estas circunstancias, aparece la figura de Confucio.
Desde los treinta hasta los cincuenta años, se dedicó al estudio y a la enseñanza. Filósofo político y social, sentía la necesidad de llevar a la práctica sus teorías.
A los cincuenta años fue magistrado y, luego, encargado de obras publicas. Más tarde fue designado secretario mayor de justicia y, finalmente, en el 496 a.C., primer ministro del monarca. En esa situación, demostró ser un hábil administrador y restableció algo del orden político y la igualdad social. Confucio opinaba que la armonía política debía basarse en la armonía moral. Es decir que el concepto ético estaba, para este pensador, indisolublemente unido a la práctica política.
Su pensamiento se orientó en general hacía una filosofía del orden social. Para ello se basó en un período histórico ideal, los primeros tiempos do la dinastía Chu, durante los cuales tanto el emperador como los príncipes y el pueblo profesaban un gran respeto por el orden.
Para Confucio el gobierno significaba sobre todo, “cada cosa en su justo lugar” y en particular, en el ámbito de la sociedad, por la cual se interesó más que por el individuo. Y habló muy claro con respecto a qué necesitaba la China, para superar los males sociales: “Para gobernar bien bastará que el príncipe sea príncipe; el ministro, ministro; el padre, padre, y el hijo, hijo’
Debido a su gran fama de sabio, se lo consultaba ante cualquier descubrimiento de restos arqueológicos; respondía siempre con prontitud y dominio de la materia.
Tal fue el prestigio de la sabiduría de Confucio, que se afirma que tuvo setenta y dos discípulos y tres mil seguidores, por lo cual se lo describe como un brillante maestro. Él mismo se consideraba un tzu, es decir, un maestro, no un filósofo. «No enseñaré a quien no sienta ganas de aprender —proclamaba Confucio— y no explicaré nada a quien no se esfuerce en aclarar las cosas por su cuenta. Y si explico un cuarto de la verdad, y el alumno, pensando y reflexionando él solo, no deduce los otros tres cuartos, no pienso seguir instruyéndolo.”
Luego de abandonar su tierra y el poder por catorce años, volvió a la patria. Así, a los sesenta y siete años (en el 484), comenzó su período más fecundo como compilador de textos y como filólogo. Según sus propias palabras, trataba de recorrer la tradición, más que de renovarla. Ya en su vejez, publicó antiguas canciones y dejó una compilación de documentos históricos denominada Shu Ching.
El único libro que escribió fue el Ch’un Ch’iu, en el que se ocupa, fundamentalmente, de restablecer el respeto por las jerarquías.
La obra más importante de la enseñanza confuciana no fue escrita por el propio Confucio, sino por sus discípulos y se halla reunida en Los cuatro libros clásicos o Shú. Se trata de la colección de diálogos, frases y sentencias pronunciadas a lo largo de su vida.
Según la tradición, Confucio habría agregado algunas secciones a obras, como el I Ching, el clásico Libro de las mutaciones, libro oracular y sapiencial. Probablemente fueron suyas las directivas para la elección de los textos y para su interpretación ética, si bien Confucio no vaciló en criticar los abusos de la adivinación.
Según palabras de Liv Yutang, escritor y filólogo chino contemporáneo, “Confucio fue maestro de la piedad filial y conservó intacta en su memoria una imagen idealizada del padre. Al principio, el muchacho cuidaba rebaños, pero luego iniciaría sus estudios por cuenta propia. Poseedor
de una fértil imaginación histórica y aun cuando más tarde se mostró como el mayor de los moralistas chinos, alentó siempre una gran pasión hacia la historia antigua, sobre todo, la de un milenio antes de su época y también afirma Liv Yutang: “El sabio murió a los setenta y dos años, gozando fama de gran maestro, pero desconocedor de la influencia que ejercía sobre el pueblo chino.
El propio Confucio sintetizaba su vida con estas palabras: 14 los quince años, mi espíritu se hallaba ocupado en la búsqueda de la verdad mediante el estudio; a los treinta, ya había encontrado principios sólidos e inmutables; a los cuarenta, ya había superado todas las dudas y vacilaciones; a los cincuenta años, conocía la ley que el Cielo ha impreso en todos los seres para que se dirijan a su propio fin, a los sesenta, conocí con facilidad las causas de todas las acciones; a los setenta, satisfice los deseos de mi corazón en su justa medidas.